UNA OFERTA QUE NO PODRÁS RECHAZAR ⌚️
I'm gonna make him an offer he can't refuse.
― Don Vito Corleone, The Godfather
Cuando El Padrino pronunciaba estas palabras, no se ponía nervioso. Ni si quiera estaba amenazando: estaba enunciando algo que sabía que con total seguridad, se iba cumplir. Porque cuando un hombre no tiene alternativas, no le queda otra que tragar.
A muchos de nosotros, a la inmensa mayoría, no nos queda otra que dedicarle la mayor parte de nuestro tiempo a trabajar. Más que nada, porque si queremos llevar una vida digna y no quedarnos en la calle, es lo que hace falta. El trabajo es lo que paga el alquiler, la hipoteca y las facturas.
Obviedades aparte, podemos tener más o menos suerte y estar trabajando en algo que más o menos nos guste, aunque sin perder mucho el tiempo en gustos o apetencias, porque lo que vale al final, es que lo que ganemos nos dé para vivir. Esto, no es un privilegio: es una obligación y una responsabilidad que hemos asumido en nuestras vidas, desde que un día nos dimos cuenta, que nadie nos iba a dar nada que no nos hubiéramos ganado previamente.
Tampoco podemos elegir el trabajar media jornada, porque no nos podemos permitir el lujo de ingresar menos. Porque si ingresamos menos, no llegamos. Y si no llegamos nosotros, tampoco llegan las personas que puedan depender de nuestro trabajo. Tampoco podemos elegir dedicarnos solo a aquello que nos gusta, porque vivir de tu pasión rara vez es posible, a menos que le hayas podido dedicar el tiempo suficiente a convertir tu vocación en negocio, o hayas tenido la suerte de poder encaminar tu vida profesional en algo que realmente te motive y te atrape desde dentro.
No todos los hombres trabajadores, ocupamos asientos y cargos de ejecutivos de grandes empresas. No todos somos miembros de un consejo de dirección, ni ganamos un sueldo que nos permita “relajarnos” y pensar en otras cosas. Realmente, en el 99% de las situaciones con las que se encuentra un hombre a lo largo de su vida laboral, no son de libre elección. Quizás la única elección que sí podemos tomar es o quedarnos o largarnos. Ese suele ser nuestro margen de libertad. Y en la inmensa mayoría de los casos, la respuesta es clara: no tenemos el margen suficiente para largarnos y hacer otra cosa que nos siente mejor o nos guste más.
En nuestro trabajo, a menos que seamos funcionarios o unos enchufados de mierda en una empresa, se nos mide por nuestros resultados. Se nos dice que hagamos algo, y lo tenemos que hacer. No se trata de un debate, de una libre elección, o si nos apetece hacerlo o no: es nuestro trabajo y debemos hacerlo, porque para eso estamos ahí. Independientemente de cómo estemos por dentro, cómo nos sintamos, nos guste más o menos, nos duela la cabeza, tengamos problemas de pareja, familiares o de cualquier otra índole.
No estamos allí para mezclar situaciones, estamos para trabajar. No se nos consiente otra cosa y no podemos evadirnos o escaparnos de nuestras obligaciones, alegando razones personales. Sabemos que no podemos llevar nuestra vida personal al trabajo. Para compatibilizar nuestra vida personal y profesional, ya tenemos vacaciones y permisos reglamentados, que usamos cuando es realmente necesario. Fuera de ahí, no tenemos margen ninguno.
Si tienes pareja y vives compartiendo gastos, quizás tengas algo más de margen; pero si hay niños en la ecuación, tu margen desapareció en el mismo momento en el que a ella el test de embarazo le salieron las dos rayitas del positivo. Porque te recuerdo, que ella está en su plena libertad de elegir: ser madre o no serlo. Pero en cambio tú, no puedes elegir ser padre o no serlo: aunque no quieras ser padre, te lo pueden imponer. Ese es otro de nuestros teóricos privilegios que da para mucha tela que cortar, pero como puedes comprobar, la asimetría es absoluta.
Digamos que tú no puedes permitirte el lujo de ser un irresponsable. Ojo, que puedes serlo, pero en tu caso tendrás consecuencias. Tanto en tu vida profesional, que es probablemente lo que mayor tiempo te ocupa, como en tu vida de pareja o familiar, en el 99% de los casos no puedes mirar hacia otro, largarte y echarle la culpa a otro. Tampoco puedes permitirte el lujo de descansar, o de dejar tu trabajo por otro que te guste más, o de tomarte un año sabático, a menos que tengas un colchón suficiente para poder hacerlo… cosa que no todo el mundo puede permitirse.
Desde luego y parafraseando a Don Vito, ésta es una oferta que no podemos rechazar. Así que quiero que pienses en ello, cuando venga alguien a señalarte con el dedo, acusándote de que tienes algún tipo de privilegio, pretendiendo cargarte aparte de con lo que ya llevas de por sí, con una “culpa histórica” que a ti ni te va ni te viene; o tratando de hacerte culpable por no ser considerado un objeto sexual, o porque no corras riesgo de violación, o por la razón que se les ocurra. Porque claro, a los hombres nunca nos pasa nada: ni nos roban, ni nos matan… porque “somos inmortales”.
Quizás no seas considerado un objeto sexual, pero te aseguro que sí en cambio, en muchos casos, sí eres considerado un objeto financiero, una cuenta corriente, un receptor de culpa, el responsable de todo, y también un bote de esperma. ¿En serio vas a darle la razón y a someterte a cualquier energúmena, o a cualquier dogma, que se cree en derecho sobre ti para acusarte socialmente de que tienes algún tipo de privilegio? No te dejes intimidar.
¡Joder Miguel me estoy leyendo todo tu blog! Y mira que no le has sumado el hecho de que nosotros como hombres no podemos ir por ahí vendiendo las chichis a desesperadas pajeras que quieran volverse nuestras "patronas" en internet. Te digo que es bastante curioso hablar de privilegio cuando aún no teniendo ninguna habilidad útil, basta tener la proporciones físicas adecuadas para asegurarse la vida entera. Y de eso nadie habla o censura.
ResponderEliminarGracias por tu visita, un abrazo y espero que todo el contenido te sea útil.
Eliminar